Consecuencias del Cambio Climático en el Sudeste Asiático

Consecuencias del Cambio Climático en el Sudeste Asiático

Nota: Véase, en general, la vulnerabilidad del sector del turismo (global y local) al impacto del cambio climático. El sector del turismo de deportes de invierno ha sido identificado como altamente vulnerable al cambio climático global por más de 30 estudios en más de 10 países. Respecto al Caribe, véase la subida del nivel del mar y turismo costero en el Caribe.

Adaptación en el Sudeste Asiático al Cambio Climático

El reto del cambio climático en el Sudeste Asiático

El reto del cambio climático para el Sudeste Asiático es evidente. El informe de evaluación más reciente (AR 5) del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) destaca que las temperaturas en todo el Sudeste Asiático han aumentado desde la década de 1960 a un ritmo de 0,14°C a 0,20°C por década, las precipitaciones totales anuales en días húmedos de la región han aumentado en 22 milímetros por década y las precipitaciones de los días de lluvia extrema también han aumentado en 10 milímetros por década. Sin embargo, la variabilidad y las tendencias climáticas varían mucho en toda la región y entre estaciones, y los fenómenos extremos aumentan sobre todo en las zonas del norte del sudeste asiático. Estas condiciones cambiantes hacen que la adaptación al cambio climático -y su mitigación- sea una cuestión cada vez más urgente. En el Índice de Riesgo Climático de 2013 elaborado por Germanwatch, cuatro países del Sudeste Asiático se encuentran entre los diez primeros del mundo, siendo Filipinas y Camboya los que ocupan el primer y segundo lugar en cuanto a riesgo (véase más abajo, en la clasificación). La Declaración Conjunta sobre el Cambio Climático de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) de 2014 se hace eco de esta sensación de que no solo es cada vez más urgente abordar el reto del cambio climático a nivel mundial, sino que también es especialmente preocupante para los países del Sudeste Asiático. La Declaración Conjunta señaló «la clara evidencia del cambio climático en nuestra región durante las últimas cuatro décadas, que tiene importantes consecuencias para la agricultura, el suministro de energía y los medios de vida», señalando que el cambio climático ya está teniendo impactos significativos que causan grandes pérdidas y daños «en toda la región de la ASEAN, y que afectan de manera desproporcionada a los países en desarrollo, con las experiencias del ciclón Nargis en Myanmar y el tifón Haiyan en Filipinas, que proporcionan una dura evidencia de los impactos destructivos y la naturaleza propensa a los desastres de la región que no puede ser ignorada.» (ASEAN, 2014)

Clasificación de los países del Sudeste Asiático

Clasificación de los países del Sudeste Asiático y otros en el Índice de Riesgo Climático (IRC, 2013), por país y puntuación del Índice de Riesgo Climático:

Filipinas: 2.17
Camboya: 6.67
India: 12.67
México:15.00
Pakistán: 15.50
Laos: 17.67
Vietnam: 17.83
Argentina: 20.33
Tailandia: 23.00
Indonesia: 32.83
Myanmar: 64.00
Malasia: 84.00
Brunei Darussalam: 109.33
Timor-Leste: 109.33

Conceptualización de la adaptación

En su informe Global Risks 2013, el Foro Económico Mundial identifica el fracaso de la adaptación al cambio climático como el principal riesgo medioambiental al que se enfrenta el planeta (WEF, 2013). La adaptación al cambio climático, al igual que muchos otros términos clave -desarrollo sostenible, resiliencia comunitaria, participación- es muy debatida y definida. Para algunos, esta ambigüedad es un punto fuerte, ya que permite crear coaliciones en distintos contextos en los que las definiciones están condicionadas por la tarea que hay que realizar, más que por la necesidad de llegar a una definición consensuada; para otros, la vaguedad se convierte en vacuidad y cualquier opción de conversación entre disciplinas, o entre académicos y profesionales, se hace imposible en ausencia de una visión compartida y unos términos de referencia comunes.

La adaptación suele ir acompañada de la mitigación como las dos principales categorías de respuesta a los retos del cambio climático. Sin embargo, mientras que esta última es un término bastante maduro que se utiliza de forma generalizada desde la conferencia de Río de 1992, la adaptación es de origen más reciente. También existe un amplio acuerdo sobre el significado de la mitigación del cambio climático, ya que el IPCC define el término como una intervención antropogénica para reducir las fuentes o mejorar los sumideros de gases de efecto invernadero. Sin embargo, llegar a un consenso sobre la adaptación ha sido un proceso lento y el IPCC no la tomó en serio como una faceta importante del cambio climático hasta 2001, cuando el Grupo la definió oficialmente por primera vez en el glosario del Tercer Informe de Evaluación.

Dejando a un lado lo resbaladizo del término, el IPCC ha definido la adaptación como el ajuste en los sistemas naturales o humanos en respuesta a estímulos climáticos reales o esperados o a sus efectos, que modera el daño o aprovecha las oportunidades beneficiosas. En esta definición se hace hincapié en la identificación y comprensión de la forma en que los individuos y grupos (familias, hogares y comunidades) y los sistemas naturales responden al cambio climático, ya sea en preparación (ex ante) para el cambio esperado, o en respuesta (ex post) al cambio real. Esto lleva a preocuparse e interesarse por la vulnerabilidad de los grupos sociales y los sistemas naturales ante el cambio climático, y por la forma en que estos grupos y sistemas previenen, afrontan, evitan, se ajustan, moderan y aprovechan dicho cambio, así como por el papel de las políticas, actuales o previstas, en el apoyo o la mejora de la adaptación positiva. Una forma útil de distinguir entre la mitigación y la adaptación es que, mientras la primera se ocupa de abordar las causas del cambio climático, la segunda hace hincapié en el tratamiento de sus efectos. Un fracaso global en la mitigación de las causas del cambio climático aumentará naturalmente la presión y la necesidad de adaptación. A nivel mundial, los países que son particularmente susceptibles a los impactos del cambio climático y que contribuyen relativamente poco a la producción mundial de gases de efecto invernadero tienden a preocuparse principalmente por la adaptación más que por la mitigación, y esto se aplica a varios países del sudeste asiático.

No sólo el significado del término «mitigación» es más firme que el de «adaptación», sino que la investigación sobre el primero está más avanzada. Como señalan varios autores (2008) en su informe sobre la adaptación al cambio climático en el Sudeste Asiático, si bien se ha investigado mucho en Asia sobre el cambio climático, estos estudios se han centrado en las intervenciones técnicas, más que en las complejas respuestas adaptativas planificadas y autónomas a los factores que contribuyen a la vulnerabilidad de las personas.

Pelling (2011) hace una valiosa distinción entre la adaptación «prospectiva» y la «retrospectiva». Esta última presta atención a las capacidades de los sistemas para hacer frente a las perturbaciones o choques. Estos son los atributos que hacen que las comunidades, por ejemplo, sean resilientes frente a un estrés ambiental. La adaptación prospectiva, sin embargo, se centra en la capacidad de adaptación y trata de evaluar el grado de adaptación de una comunidad, por ejemplo, a futuras perturbaciones relacionadas con el cambio climático. Para el IPCC, la capacidad de adaptación es «el grado en que los ajustes en las prácticas, los procesos o las estructuras pueden moderar o compensar el potencial de daño o aprovechar las oportunidades creadas por un cambio climático determinado» (IPCC, 2001). En el trabajo de Ensor y Berger (2009) se observa una preocupación similar sobre si la adaptación es una respuesta y, por tanto, un resultado de las condiciones pasadas, o una preparación (intencionada o no) para situaciones futuras. Ellos destacan la adaptación basada en el impacto como «vulnerabilidad en el punto final», en la que el objetivo es ajustarse a los impactos previstos del cambio climático, mientras que la que se centra en la comprensión de las causas de la vulnerabilidad preexistente en un sistema se denomina «vulnerabilidad en el punto inicial». El reto de ambos enfoques es doble. No sólo hay incertidumbre sobre el cambio climático en sí mismo, sino que ésta se ve agravada por la incertidumbre sobre los componentes de un sistema (ya sea social y/o físico) que contribuyen a la capacidad de adaptación y sobre las interacciones que pueden darse entre estos componentes.

Los intentos de encasillar, categorizar y definir la adaptación de la forma resumida anteriormente son valiosos. Sin embargo, tienen, en nuestra opinión, dos puntos débiles. En primer lugar, hacen de la adaptación algo que puede lograrse mediante una cuidadosa intervención, un mero reto técnico. Esto sustenta la oleada de actividades de integración de la adaptación financiadas por diferentes donantes, especialmente tras la publicación del cuarto informe de evaluación del IPCC en 2007. En segundo lugar, y al igual que ocurre con el desarrollo, estos intentos eliminan la política de adaptación de la mezcla. De este modo, estrechan y restringen nuestra visión de la adaptación, y nos impiden ver y comprender por qué la gente se adapta o no y por qué se adapta de la manera en que lo hace. Tampoco abordan el modo en que los sistemas y las relaciones institucionales conforman, e incluso definen, las capacidades de adaptación de las personas. Como analiza O’Brien (2009), las prioridades de adaptación representan los valores de grupos privilegiados de partes interesadas que ocupan el terreno más alto de la toma de decisiones (un tema que exploramos y desarrollamos más adelante con respecto a las inundaciones en Tailandia). La adopción de un enfoque relacional, tal y como exponemos a continuación, comienza a arrojar luz sobre la reducción de las políticas de adaptación a cuestiones meramente técnicas.

Poner la adaptación en su sitio

En 2011, el Gobierno británico publicó un importante informe sobre el cambio climático global y la migración, el informe «Foresight». A partir de él, los principales autores del informe sintetizaron un artículo publicado en Nature, «Climate change: La migración como adaptación» (Black et al., 2011). El informe y el artículo han sido criticados por la forma en que describen la migración como una respuesta al cambio climático por parte de sujetos humanos adaptables. La migración se considera en el informe Foresight -al igual que en muchos otros estudios- como un medio fundamental por el que las poblaciones pueden adaptarse y crear resiliencia a largo plazo a la amenaza del cambio climático. Pero, como señalan los críticos del informe, en este análisis parecen existir pocas divisiones sociales y no hay clases sociales, ni intereses sociales contradictorios o conflictivos. El reto de la adaptación es individualizado, ya sea a nivel personal, familiar o comunitario, y la ingeniería de vidas resilientes se convierte en otro «arreglo neoliberal». La política de adaptación, y la política de la necesidad de adaptación, quedan relegadas a los márgenes, fuera de la vista.

Las comunidades, los hogares y las personas se enfrentan a innumerables retos para su subsistencia. Para las sociedades expuestas y los pueblos vulnerables, el cambio climático puede ser todavía una ondulación en las aguas agitadas que siempre han tenido que navegar para sobrevivir frente a un medio ambiente caprichoso, un Estado excesivo o ineficiente, una sociedad desigual y una economía volátil. Puede que se acepte en general que los países pobres serán los que más sufran el cambio climático y que, a su vez, las personas pobres de los países pobres serán las que más riesgo corran, pero, aun así, el cambio climático no suele ser ni lo más urgente ni el principal reto al que se enfrentan los países y pueblos vulnerables. También supone que la vulnerabilidad/resiliencia en el presente se traducirá de forma clara e igual en vulnerabilidad/resiliencia en el futuro. Sin embargo, es poco probable que la experiencia adaptativa pasada refleje la capacidad de adaptación futura. En algunos casos, puede incluso que los pobres sean más resistentes y tengan una mayor capacidad de adaptación que los no pobres. Sin embargo, lo más importante es que la adaptación al cambio climático debe considerarse a la luz de las relaciones sociales -incluidas las políticas-, muchas de ellas expropiatorias y explotadoras.

A la luz de estas cuestiones, se sugiere aquí que la adaptación al cambio climático en el Sudeste Asiático y más allá debe considerarse y entenderse de forma relacional, en tres aspectos:

  • en relación con los demás riesgos, amenazas y oportunidades a los que se enfrentan las personas y las sociedades
  • en relación con las prácticas de adaptación pasadas y presentes, y con las capacidades de adaptación futuras
  • en relación con las estructuras sociales y los respectivos papeles de los diferentes actores sociales y partes interesadas y sus interacciones.

El primero de estos planos relacionales centra la atención en la adaptación al cambio climático en relación con el contexto más amplio de amenazas al que se enfrentan las personas. Lo que, desde el punto de vista de los forasteros, es incuestionablemente de alta prioridad, puede no figurar en los objetivos de los residentes de una comunidad concreta. La segunda preocupación exige que consideremos las relaciones entre la práctica adaptativa retrospectiva y la capacidad adaptativa prospectiva. La práctica adaptativa (lo que la gente ha hecho y hace) y la capacidad de adaptación (lo que tiene los medios para hacer en el futuro) están vinculadas, pero no de forma fija o inmutable. Las experiencias pasadas -positivas y negativas- influyen en la forma en que las personas y las comunidades pueden responder en el futuro. La resistencia a una amenaza y el aprendizaje que conlleva esa historia y los recuerdos asociados pueden reciclarse o convertirse en un obstáculo para la adaptación futura.

Este segundo plano relacional está, al mismo tiempo, estrechamente vinculado al tercer plano: hay que tener en cuenta cómo la adaptación al cambio climático está íntimamente ligada a los procesos de transformación capitalista y, más concretamente, a las cuestiones de desigualdad y exclusión social. Encontrar a los ganadores y perdedores de determinadas adaptaciones es fundamental para entender los resultados materiales de estas decisiones. Algunos autores van más allá y proponen que la adaptación de unos está ligada a la no adaptación de otros. Este aspecto relacional de la adaptación al cambio climático se manifiesta a varias escalas, desde la intrafamiliar, en la que pueden ser evidentes las consecuencias de género y generacionales, hasta la interfamiliar, en la que las acciones de una familia u hogar pueden repercutir en sus vecinos, pasando por los conflictos entre el campo y la ciudad, en los que las necesidades de los consumidores urbanos se enfrentan a las de los productores rurales. Además, pueden extenderse a través del espacio, ya que las acciones en una zona repercuten en otros contextos, a veces muy alejados del lugar de la adaptación. Este es el caso, en particular, cuando la migración/movilidad se convierte en una de las respuestas de adaptación al cambio climático. Sin embargo, más importante que estos aspectos de las relaciones sociales es cómo evolucionan las relaciones de clase en el contexto de la transformación capitalista -o mercantilización- a nivel nacional e internacional. El punto clave es que la adaptación no puede entenderse como una respuesta individual a un estímulo o amenaza; se sitúa en las relaciones que estructuran y gobiernan la sociedad. Por lo tanto, es necesario ir más allá de las categorías de adaptadores y no adaptadores y buscar las formas en que este binario categórico -junto con tantos otros- se coproduce en el espacio relacional que se encuentra entre ellos.

Estas tres preocupaciones, en conjunto, ponen de manifiesto las contingencias que acompañan a cualquier visión prospectiva de la capacidad de adaptación. En resumen, estas contingencias están relacionadas con el modo en que el cambio climático se inscribe en el conjunto más amplio de riesgos y oportunidades a los que se enfrentan los individuos y las sociedades; con el modo en que la práctica adaptativa pasada resonará en la capacidad adaptativa (futura); y con el modo en que ambas cuestiones se producen y se imprimen para los diferentes grupos de la sociedad. Por último, es importante señalar la forma en que el debate sobre la vulnerabilidad y el cambio climático se enmarca como un problema técnico que requiere una solución técnica. En lugar de ser siempre víctimas de procesos de alto nivel que escapan a su control, la gente común tiene cierto grado de agencia para dar forma a sus propias soluciones a los desafíos que enfrentan.

Las personas vulnerables en lugares expuestos con medios de vida difíciles tienen conocimientos y a menudo no son impotentes. Dicho esto, también se da el caso de que el cambio climático puede estar llevando los límites de las actuales prácticas de adaptación a un punto de ruptura. Es probable que esto provoque nuevas presiones, compensaciones, tensiones y asociaciones para las que la población local puede estar mal equipada, tanto materialmente como por experiencia, para hacer frente a ellas. Aquí es donde una respuesta adaptativa suave puede «caer por el precipicio», el popularmente llamado «punto de inflexión».

La adaptación al cambio climático es un campo de estudio amplio y en rápida expansión. La discusión que sigue seguirá las tres líneas de debate esbozadas anteriormente, iluminando cada una de ellas con referencia a la literatura y los estudios de caso extraídos de la región del sudeste asiático. Resulta significativo -y bastante sorprendente- que, si bien existe una gran cantidad de literatura y debates de alto nivel sobre la adaptación al cambio climático, éstos se apoyan en una base comparativamente reducida de estudios empíricos.

Además, la mayoría de estos estudios son empíricamente escasos. Por lo tanto, este texto, en lugar de centrarse en la capacidad de adaptación de los gobiernos y los mercados, a menudo orquestada a través del gerencialismo global como discurso y como política, tomará como punto de partida la adaptación de los grupos, tanto vulnerables como resilientes, y en particular lo que se ha denominado adaptación autónoma. Gran parte de la bibliografía sobre políticas, aunque puede hablar de boquilla sobre la participación de la comunidad y el conocimiento local, suele ser de tenor gerencialista. Por ejemplo: «La adaptación al cambio climático implicará ajustes y cambios en todos los niveles, desde el comunitario hasta el nacional e internacional. Las comunidades deben desarrollar su capacidad de recuperación, incluida la adopción de tecnologías apropiadas, aprovechando al mismo tiempo los conocimientos tradicionales… Las estrategias locales de adaptación y los conocimientos tradicionales deben utilizarse en sinergia con las intervenciones gubernamentales y locales. La elección de las intervenciones de adaptación depende de las circunstancias nacionales. Para que las medidas de adaptación sean viables y eficaces, los ministerios y gobiernos, así como las instituciones y organizaciones no gubernamentales, deben considerar la integración del cambio climático en su planificación y presupuestación en todos los niveles de decisión» (CMNUCC, 2007).

Para concluir esta conceptualización de la adaptación, puede ser útil enmarcar el debate que sigue como tres conjuntos de contingencias entrelazadas que separan (y vinculan) el riesgo de peligro con la naturaleza y el alcance de la práctica adaptativa. Lo que hay que destacar aquí es que el riesgo de peligro no se traduce de forma clara u obvia en una práctica adaptativa. Se ve moldeado, filtrado y a veces obstaculizado por presiones contrapuestas, la memoria de experiencias pasadas y los efectos moldeadores y perturbadores de las relaciones sociales y políticas. Esto tiene dos implicaciones importantes a las que volveremos en el debate del final del texto: en primer lugar, es difícil, tal vez imposible, modelar o predecir cómo se adaptarán las sociedades al cambio climático; y en segundo lugar, la idea de que se pueden conseguir determinados resultados mediante determinadas intervenciones es igualmente improbable y problemática.
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La adaptación vista a través de tres puntos de entrada relacionales

La adaptación al cambio climático en relación con el contexto de riesgo más amplio
El riesgo y las vulnerabilidades que se asocian al riesgo son -y siempre han sido- una parte elemental de la existencia humana. Había a principios de los años 30 del siglo XX distritos en China en los que la posición de la población rural era la de un hombre permanentemente metido en el agua hasta el cuello, de modo que incluso una onda era suficiente para ahogarlo. El cambio climático, por tanto, como riesgo actual y futuro, se inscribe en un contexto de riesgo mucho más amplio y prolongado. Por eso es tan importante no aislar el cambio climático como riesgo y la adaptación al mismo como respuesta. Para las personas y las comunidades que se encuentran en el extremo más agudo del registro de riesgos, el cambio climático forma parte de un conjunto más amplio de experiencias cotidianas. Las intervenciones políticas que pasan por alto este entorno más amplio a menudo tienen poco valor porque, en el esquema de las cosas, tienen poca relevancia para las personas que se enfrentan a otros desafíos, a menudo más urgentes.

Por ejemplo, desde principios de la década de 1990, se ha producido un espectacular aumento de la migración desde las provincias costeras de Vietnam, en parte relacionado con los riesgos medioambientales que se han asociado al cambio climático. En una serie de artículos, Adger y sus colegas han explorado los vínculos entre las nuevas amenazas relacionadas con el cambio climático en la zona costera central de Vietnam y las respuestas de adaptación de los hogares y las personas.

Los riesgos naturales, junto con la presión ejercida sobre el medio ambiente debido al rápido desarrollo socioeconómico de Vietnam y de los países del sudeste asiático, junto con las amenazas que supone el cambio climático para Vietnam, colocan a los recursos naturales de Vietnam y a quienes dependen de ellos para su subsistencia en una posición precaria. Frente a los factores de estrés ambiental, los habitantes del Delta del Mekong se adaptan de diversas maneras. Un tipo de mecanismo de adaptación puede ser la migración, sobre todo a la luz de los rápidos cambios socioeconómicos que experimenta actualmente Vietnam, que crean factores de atracción más fuertes hacia los entornos urbanos.

El proyecto «Where the rain falls» (Warner y Afifi, 2014), recientemente finalizado, incluyó dos estudios en el Sudeste Asiático, realizados en Tailandia y Vietnam. Ambos indican que los factores medioambientales sólo desempeñan un papel subsidiario en la configuración y el impulso de las decisiones migratorias, y en particular en el caso de Tailandia. Es posible que las tensiones medioambientales se intensifiquen y que la migración sea una estrategia de subsistencia común, pero esta asociación dista mucho de ser causal: hay una amplia gama de poderosos procesos sociales y económicos que explican las decisiones de migración, y los factores medioambientales, de hecho, sólo desempeñan un papel subordinado. El estudio de Vietnam (Nguyen et al., 2012) muestra que la migración es un fenómeno relativamente reciente (posterior a 1990), pero esto se debe más a las reformas económicas y a la relajación de los controles sobre la movilidad que a las presiones medioambientales: El cambio medioambiental suele interactuar con otros factores -sobre todo económicos- que impulsan la diversificación de los medios de vida y la migración». Aunque la migración no puede enmarcarse claramente como una respuesta adaptativa al cambio climático, las preguntas que surgen de ambos estudios son las siguientes: ¿Qué ocurrirá si se intensifican las tensiones ambientales? ¿Y serán suficientes las estrategias actuales para mantener los medios de vida y proteger la seguridad alimentaria?

La pregunta, por tanto, no es «¿Cómo impulsa el cambio climático las decisiones migratorias?», sino «¿Qué lugar ocupa el riesgo relacionado con el cambio climático en el mosaico de influencias que conforman las decisiones migratorias?». Esta pregunta se aplica a la migración y a la adaptación al cambio climático no sólo en Vietnam, sino también en muchas otras partes de la región, como las islas de Filipinas, Nusa Tenggara en Indonesia oriental (véase más) y la región de Isan en Tailandia.

En cada caso, un mosaico de riesgos dentro del cual la migración ya existe como una respuesta adaptativa bien establecida está siendo ajustada por el cambio climático. Las suposiciones de que, de alguna manera, un medio ambiente degradado conducirá inevitablemente a la migración de millones de refugiados medioambientales (a nivel mundial, se cita a menudo una cifra de 200 millones para 2050) son problemáticas, sobre todo porque la migración está determinada por una amplia gama de fuerzas y factores, desde las normas sociales hasta las transformaciones económicas y las ideologías políticas. En cuanto a esto último, la migración en Vietnam se vio fuertemente restringida durante gran parte del periodo socialista (al igual que en China) por los controles estatales sobre la circulación. Durante la guerra de Vietnam, el sur del país se caracterizó por la «hiperurbanización», ya que la población rural huyó a la ciudad, mientras que en el norte casi no hubo urbanización. En 1976, la población urbana del Norte era del 20,6%; en 1990, del 20,8%.

La adaptación al cambio climático y las relaciones entre la adaptación prospectiva y la retrospectiva
Al igual que el riesgo ha sido omnipresente, la adaptación ha sido -y es- una característica de todas las sociedades. Pero hay límites críticos en cuanto a la medida en que los análogos de las experiencias de adaptación pasadas y presentes son relevantes para la adaptación al cambio climático futuro. La dificultad para identificar las «vías» de adaptación y el reto de interpolar la capacidad de adaptación futura a partir de las prácticas de adaptación pasadas se deben a la probable no linealidad aliada a la magnitud del cambio climático futuro. Y, sin embargo, gran parte de la adaptación autónoma actual y futura se basará en la experiencia pasada, lo que abre el riesgo de una disyuntiva o déficit de adaptación cuando la adaptación autónoma es inadecuada para la tarea. Esto también se refleja abundantemente en la experiencia de Vietnam.

Desde mediados de la década de 1980, Vietnam ha experimentado dos transformaciones clave de alto nivel. Ha realizado la transición -a través de las políticas encapsuladas en Doi Moi («renovación»)- de una economía de planificación centralizada a una economía de mercado. También ha pasado de ser uno de los países más pobres de Asia a tener una renta media. 10 Estas dos transiciones, como se resume en el cuadro 17.4, ponen de manifiesto los peligros de tomar la práctica adaptativa retrospectiva como indicador de la capacidad adaptativa prospectiva. La práctica adaptativa en Vietnam en las décadas de 1970 y 1980 se basaba en sistemas y acciones colectivas y en la propiedad común. Cerca de dos tercios de la población eran pobres y, sin embargo, podemos identificar una buena cantidad de prácticas adaptativas y de resiliencia frente a las amenazas medioambientales. Por lo tanto, en el caso de Vietnam no es posible deducir de la pobreza del pasado un nivel de vulnerabilidad al cambio climático. De hecho, hay razones para considerar que, incluso en un contexto de aumento de los ingresos y disminución de la pobreza, los grupos marginales son más vulnerables hoy que en el escaso pasado. Esto se debe a que las redes de seguridad estatales y comunales han sido parcialmente desmanteladas; la individualización del mercado ha sustituido a la cooperación, la asistencia y el apoyo mutuo de la comunidad; y las desigualdades a múltiples niveles (regional, interpersonal y de género) se han ampliado. Esto se ejemplifica en el ejemplo de Giao Thuy, en la provincia de Nam Dinh, en el norte de Vietnam, donde la destrucción de los manglares ha amplificado los riesgos medioambientales. Algunos de los investigadores más expertos concluyen que, si bien sus resultados indican un aumento de los ingresos y el bienestar para algunos en el contexto de la transformación de los medios de vida, también está surgiendo en el proceso un nuevo grupo social marginado que tendrá «grandes dificultades para adaptarse a [las] nuevas «reglas del juego» en el Vietnam contemporáneo» y que está mal situado para hacer frente a las nuevas tensiones medioambientales (y demográficas).

Es precisamente esta noción secuencial y lineal y el enfoque basado en el impacto para pensar en la adaptación lo que inspiró a Chinvanno y Kerdsuk (2013) a idear su «cambio de paradigma» en la planificación de la adaptación, basándose en la investigación en Tailandia. Su enfoque no se centra únicamente en los riesgos climáticos futuros, sino también en cuestiones de desarrollo más amplias y sus interacciones con el cambio climático. El proceso revela visualmente cómo los simples marcos unidireccionales de los procesos de adaptación, en los que el pasado pasa limpiamente por el presente y el futuro, no captan adecuadamente la complejidad de la adaptación en el mundo real. Esos autores aplican este marco en un estudio de caso en el subdistrito de Lao-oi, en la provincia de Kalasin, en el noreste de Tailandia.

El subdistrito de Lao-oi se compone de 12 aldeas con una población de 4.700 personas en unos 1.000 hogares. El cultivo de arroz de temporada húmeda con la variedad Khao Dok Mali 50 (arroz jazmín) es el medio de vida predominante en las aldeas. Esta variedad es sensible a las inundaciones y Lao-oi es propenso a ellas, ya que está situado entre los ríos Lam Pao y Chi. Las inundaciones se produjeron entre octubre y noviembre en ocho de los diez años transcurridos entre 2001 y 2011, destruyendo en cada ocasión alrededor del 40% de las 3.200 hectáreas dedicadas a la producción de arroz. El cultivo de arroz húmedo en la estación seca, que podría haber mejorado la vulnerabilidad del cultivo de arroz en la estación húmeda a las inundaciones, es limitado, sin embargo, debido a la ausencia de una infraestructura de riego adecuada. Aun así, los agricultores se están embarcando en una estrategia de ampliación de los cultivos de arroz de temporada seca en un intento de contrarrestar la creciente fragilidad de su cultivo principal. Si se adopta una perspectiva integrada utilizando el enfoque de Chinvanno y Kerdsuk, se observa que esta respuesta adaptativa autónoma por parte de los agricultores es una opción problemática a la luz de las proyecciones regionales sobre el cambio climático. Éstas indican que la región experimentará veranos más largos y calurosos, lo que repercutirá en el volumen de agua disponible en los ríos durante el verano. Por lo tanto, ofrecen una evaluación prospectiva de las opciones de fuentes de agua para apoyar los cultivos de temporada seca como un aspecto importante de la planificación de la adaptación. En otras palabras, esto amplía el horizonte de la planificación de la adaptación, pasando de las simples suposiciones de riesgos a preocupaciones más amplias de desarrollo. Además, observan que las prioridades de la comunidad son a corto plazo, por lo que se favorecen las soluciones inmediatas, como el riego en la estación seca. Dada la necesidad de un enfoque más extenso en el tiempo para la planificación de la adaptación en el distrito, los organismos gubernamentales, como el Departamento de Recursos Hídricos y el Real Departamento de Riego, deberían participar y, si es posible, dirigir el proceso de planificación. Sin embargo, lo que el estudio no reconoce del todo es la economía política más amplia del desarrollo, que crea a los pequeños agricultores vulnerables en primer lugar y luego garantiza su incorporación a los procesos de incorporación capitalista en condiciones desfavorables. Este es el tercero de nuestros puntos de entrada relacionales.

Adaptación al cambio climático y relaciones sociales
En esta sección del txto, discutimos lo que consideramos el aspecto más importante y menos discutido de la adaptación: la forma en que la adaptación es un producto de las relaciones a menudo explotadoras entre las personas, en términos de clase, empleo, género, generación y etnia. Es importante señalar desde el principio que también creemos, y las pruebas son convincentes, que el crecimiento económico capitalista ha aumentado los ingresos y ha reducido la pobreza en el Sudeste Asiático y en otros lugares. Sin embargo, esto no significa que ese progreso absoluto se haya logrado sin explotación, sin ampliar las desigualdades y, a veces, sin un declive relativo. Además, en el contexto de este texto, identificamos las crecientes vulnerabilidades al cambio climático, incluso cuando se contraponen a la mejora del nivel de vida material.

Para ilustrar cómo vemos que funciona este proceso, tomemos como ejemplo la actual expansión espectacular y rápida del caucho en las tierras altas del norte de la RDP de Laos. Esto puede interpretarse como un proceso de acumulación por desposesión por parte del capital chino y las élites laosianas. Ciertamente, ha traído riqueza a las tierras altas de la RDP de Laos, ha mejorado las condiciones materiales y ha reducido la pobreza, pero también ha hecho vulnerables a (algunas) personas y ha impulsado la migración laboral. Dicha migración ha contribuido a aliviar los efectos inmisericordes de la acumulación en las tierras altas, pero esos mismos migrantes pasan a ser explotados como mano de obra en las zonas de destino. Para dar un paso más, la adaptación se convierte entonces en el medio por el que la vulnerabilidad persiste en las tierras altas de la RDP de Laos, porque la explotación en un segundo campo (como migrantes laborales) sostiene la explotación en el primero (como campesinado desplazado). Se trata de una doble ironía: estos individuos están, en términos materiales, mejor aunque estén social y políticamente empobrecidos.

El caso de los hogares de las minorías reasentadas en el norte de la RDP de Laos es otro ejemplo. 11 En este caso, las intervenciones gubernamentales existentes para apoyar el reasentamiento tuvieron el efecto de disminuir la capacidad de los hogares para adaptarse a sus nuevos contextos de vida. En una aldea con una mezcla de hogares khmu y hmong en el distrito de Phonexay de Luang Prabang, el reasentamiento había expuesto a los hogares a un peligro relacionado con el clima, a saber, las inundaciones. Estos hogares eran originalmente agricultores itinerantes, pero fueron reasentados por el gobierno supuestamente para controlar los impactos ambientales negativos de la agricultura itinerante. Llegaron a su ubicación en las tierras bajas a finales de la década de 1980. Entre su asentamiento original en 1988 y 2012, la aldea pasó de 16 a 43 hogares. Tenían granjas y jardines situados en las tierras bajas, cerca de un río. Por primera vez desde que se asentaron en la aldea, en 2010, 2011 y 2013 se produjeron inundaciones excepcionales y desprendimientos de tierra asociados, que los aldeanos esperaban que se repitieran en el futuro. Los encuestados achacaron las inundaciones a dos factores: la desaparición de los bosques y el desarrollo de nuevas infraestructuras en el pueblo.

Con el reasentamiento y la política gubernamental de cultivo itinerante de arroz en las tierras altas, la dotación de tierras de los hogares era limitada y su capacidad de dejar los campos en barbecho después de una temporada de cultivo se había visto restringida por el dictado del gobierno, lo que hacía que los campos se cultivaran todos los años. Este cambio obligó a sustituir los árboles por el maíz, el sésamo, las lágrimas de Job y otros cultivos anuales, que absorben mal la escorrentía, lo que acentúa los efectos de las inundaciones. Además, para ganarse la vida, la mayoría de las granjas y jardines se ubicaron a lo largo de los ríos para que pudieran ser regados más fácilmente. El gobierno se dio cuenta de que existía una amenaza de inundación debido a su ubicación, y permitió a los hogares utilizar la tierra en el lado no inundado del río para cultivar. Sin embargo, estas tierras ya habían sido reclamadas por influyentes agricultores ausentes que pudieron conseguir certificados para sus tierras, o por otros hogares del pueblo. La forma en que los aldeanos más influyentes y ricos y los forasteros reclamaban la tierra -a menudo en contradicción con las políticas gubernamentales declaradas- era un factor más que limitaba la adaptación y aumentaba la vulnerabilidad de los hogares menos afortunados de la aldea a los riesgos del cambio climático (y otros).

Este ejemplo de la RDP de Laos muestra que la vulnerabilidad de los hogares pobres ante las amenazas a sus medios de subsistencia inducidas por el cambio climático está íntimamente asociada a su posición como minorías comparativamente impotentes que han sido reubicadas por el Estado principalmente en «interés» del desarrollo nacional y moldeadas por ciertas suposiciones problemáticas sobre la naturaleza de los modos de vida «primitivos» de las minorías. La profundización de las desigualdades dentro de las aldeas también ha creado condiciones en las que un subconjunto de la aldea ha visto acentuada su vulnerabilidad, incluso mientras otros han utilizado sistemas desiguales de acceso para obtener el control de la tierra. Pero no sólo las minorías de los estados unipartidistas, como el de la RDP de Laos, se encuentran con que la combinación de la mercantilización y las políticas estatales han puesto en peligro sus medios de subsistencia.

Muchas partes de Tailandia están experimentando un aumento de la incidencia y la gravedad de las inundaciones relacionadas con el cambio climático, lo que se reflejó dramáticamente en las inundaciones de octubre-noviembre de 2011, las más graves que se recuerdan. Las inundaciones causaron 730 muertos y afectaron a 1,6 millones de hectáreas de tierra, con una pérdida de una cuarta parte de la cosecha de arroz de la temporada principal; casi 10.000 fábricas que empleaban a 660.000 trabajadores tuvieron que cerrar temporalmente; y la factura total se cifró en 46.000 millones de dólares. Las inundaciones de 2011 ilustraron que, en lo que respecta al Gobierno y la burocracia tailandeses, algunas personas, algunas ocupaciones y algunas áreas son más importantes o valiosas que otras. La gestión de inundaciones y catástrofes se organiza de tal manera que facilita a las élites el despliegue de expertos y herramientas técnicas de forma que sirvan a sus intereses y no a los de los grupos con menos poder político y socialmente vulnerables.

En el caso de las inundaciones de 2011, estas zonas, ocupaciones y personas privilegiadas comprendían las llanuras centrales en general y el centro de Bangkok en particular, las actividades del sector industrial y de servicios y la élite de Bangkok, respectivamente. Dichas élites se convierten en clases protegidas y/o compensadas, mientras que las no élites tienen una expectativa de adaptación impuesta. Las instituciones que rigen las respuestas al cambio climático (y muchas otras cosas) reflejan las relaciones y asimetrías de poder y, por tanto, los intereses de clase. El truco consiste en que las élites se aseguren de que las decisiones sobre cosas como la protección contra las inundaciones y el alivio de las mismas se acorralen como «no políticas» y, por lo tanto, las decisiones se tomen por motivos tecnocráticos.

Relaciones entrecruzadas y adaptación al cambio climático en Indonesia

Por último, se hace una referencia a un estudio en Indonesia (véase más detalles) para mostrar cómo se entrecruzan los tres puntos de entrada relacionales mencionados en esta plataforma digital.

Conclusiones

Es un rompecabezas lo que supone la adaptación al cambio climático en el sudeste asiático: en general, la gente está hoy mejor que nunca. Sin embargo, al mismo tiempo se enfrentan a una serie de amenazas y retos nuevos y emergentes para los que a menudo se sienten mal equipados. El cambio climático, reconocido explícitamente o no, es uno de ellos. Las personas pueden ser más ricas pero también menos resistentes.

En este texto y otros de la presente plataforma digital, hemos adoptado un enfoque relacional de la adaptación al cambio climático para dejar claro por qué continuar con la tendencia a aislar la adaptación no permitirá revelar tanto por qué la gente se adapta o no (las causalidades), como por qué la adaptación de ingeniería, en la forma en que los gobiernos y muchas instituciones multilaterales dominantes hacen hincapié, probablemente fracasará.

Este texto ha puesto de manifiesto tres tendencias en los trabajos actuales sobre la adaptación al cambio climático. La primera es la tendencia a establecer asociaciones de causa y efecto que no están justificadas. La adaptación al cambio climático debe considerarse dentro de un nexo de factores que deben considerarse en relación con los demás. En cierto sentido, a la hora de interpretar las acciones de las personas, tenemos que procurar, en primer lugar, restarle importancia al cambio climático y minimizar su posición central en nuestros marcos de comprensión. De este modo, estaremos en condiciones de verlo como lo que es, y no como lo que podríamos imaginar que es. No se trata de descartar el cambio climático, sino de ponerlo en contexto. La segunda tendencia es la de ver la adaptación autónoma vinculando sin problemas el pasado con el presente y extendiéndose hacia el futuro. Esta tendencia está vinculada a los supuestos sobre la adaptabilidad del sujeto neotradicional y neoliberal. En cuanto al primero, se considera que la población local alberga una reserva de prácticas y conocimientos tradicionales que pueden activarse para responder al reto del cambio climático. En cuanto al segundo, se percibe a la población como racional, sensible a las señales del mercado e inherentemente innovadora. En ambos casos, aunque desde puntos de partida muy diferentes, se caracteriza a las personas como agentes autónomos, conocedores y capaces. Ambas se consideran aquí problemáticas por la forma en que restan importancia a las rupturas que puede suponer el futuro cambio climático: es posible que las prácticas de adaptación pasadas y presentes no proporcionen suficiente capacidad de adaptación para dar una respuesta adecuada.

La tercera tendencia es la despolitización de la adaptación al cambio climático. Tanto si tratamos de entender las pautas de adaptación en los contextos de las aldeas como en los niveles superiores entre las poblaciones «rurales» y «urbanas», éstas reflejan fuertemente las relaciones entre clases. La necesidad de adaptarse y la posibilidad de no hacerlo deben entenderse como algo que surge de las relaciones políticas y de poder que estructuran la sociedad. Una problematización de la adaptación al cambio climático que considere el cambio medioambiental como una solución tecnocrática es parcial, y las políticas que se basen en tal suposición tendrán poca tracción. William Easterly, en su libro «La tiranía de los expertos», escribe que el «enfoque convencional del desarrollo económico, de hacer ricos a los países pobres, se basa en una ilusión tecnocrática: la creencia de que la pobreza es un problema puramente técnico susceptible de soluciones técnicas como los fertilizantes, los antibióticos o los suplementos nutricionales… La ilusión tecnocrática es que la pobreza es el resultado de una escasez de conocimientos técnicos, mientras que la pobreza es realmente una escasez de derechos» (2013, pp. 6-7). Los mismos sentimientos pueden aplicarse a los enfoques convencionales de la adaptación al cambio climático.

Relaciones entrecruzadas y adaptación al cambio climático en Indonesia

Por último, se hace una referencia a un estudio en Indonesia (véase más detalles) para mostrar cómo se entrecruzan los tres puntos de entrada relacionales mencionados en esta plataforma digital.

Revisor de hechos: Lee


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4 respuestas a «Consecuencias del Cambio Climático en el Sudeste Asiático»

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